domingo, 26 de junio de 2011

EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO

Donde está la magia.




[...]


ROBIN.  ¿Qué hay, espíritu? ¿Dónde te encaminas?

HADA. Por valle y collado,
por soto y brezal,
por parque y cercado,
por fuego y por mar.
Por doquier me muevo presta,
como la luna en su esfera.
A mi Hada Reina sirvo
y en la hierba formo círculos.
Sus guardianas son las prímulas:
sus mantos dorados brillan
de rubíes, don de hadas;
vive en ellos su fragancia.
Traeré gotas de rocío, por prenderlas
en la oreja de estas flores como perlas.
Adiós, espíritu burdo; ya te dejo.
Nuestra reina se aproxima con sus elfos.


ROBÍN.    Esta noche el rey aquí tiene fiesta;
procura que no se encuentre a la reina:
Oberón está cegado de ira,
porque ella ha robado a un rey de la India
un hermoso niño que será su paje;
Oberón, celoso, quiere la criatura
para su cortejo, aquí, en la espesura.
Mas ella a su lindo amado retiene,
lo adorna de flores, lo hace su deleite.
Y ya no se ven en prado o floresta,
junto a clara fuente, bajo las estrellas,
sin armar tal riña que los elfos corren
y en copas de bellotas todos se esconden.


HADA.  Si yo no confundo tu forma y aspecto,
tú eres el espíritu bribón y travieso
que llaman Robín. ¿No eres tú, quizá?
¿Tú no asustas a las mozas del lugar,
trasteas molinillos, la leche desnatas,
haces que no saquen manteca en las casas
o que la cerveza no levante espuma,
se pierda el viajero de noche, y te burlas?
A los que te llaman «el trasgo» y «buen duende»
te agrada ayudarles, y ahí tienen suerte.
¿No eres el que digo?


ROBÍN.   Muy bien me conoces:
yo soy ese alegre andarín de la noche.
Divierto a Oberón, que ríe de gozo
si burlo a un caballo potente y brioso
relinchando a modo de joven potrilla.
Acecho en el vaso de vieja cuentista
en forma y aspecto de manzana asada;
asomo ante el labio y, por la papada,
cuando va a beber, vierto la cerveza.
Al contar sus cuentos, esta pobre vieja
a veces me toma por un taburete:
le esquivo el trasero, al suelo se viene,
grita «¡Qué culada!», y tose sin fin.
Toda la compaña se echa a reír,
crece el regocijo, estornudan, juran
que un día tan gracioso no han vivido nunca.
Pero aparta, hada: Oberón se acerca.


HADA.  Y también mi ama. ¡Ojalá él se fuera!




                                                                         William Shakespeare



No perdáis la oportunidad de leer esta maravilla de obra.

domingo, 19 de junio de 2011

un poco de James Joyce

Nueve meses viviendo en una ciudad que Joyce amó, y ni una sola mención, no puede ser.

                                                                       Poema XV

Sal, mi alma, de los helados sueños,
Del profundo sueño del amor y de la muerte,
Pues ¡mira! de suspiros se llenan los árboles
Cuyas hojas reprende la mañana.
Domina al este la gradual aurora
Donde brotan suaves fuegos,
Agitando aquellos velos
De gris telaraña de oro.
Mientras dulce, gentil, secretamente,
Repican las campanas de flores matinales
Y el sabio coro de hadas
Empieza (¡innúmero!) a escucharse. 


                                                                                                                                
                                                                                                            James Joyce

jueves, 9 de junio de 2011

BODAS DE SANGRE

[...]

CRIADA.-No. Hace rato llegó Leonardo con su mujer. Corrieron como demonios. La mujer llegó muerta de miedo. Hicieron el camino como si hubieran venido a caballo.
 

PADRE.-Ése busca la desgracia. No tiene buena sangre.
 

MADRE. ¿Qué sangre va a tener? La de toda su familia. Mana de su bisabuelo, que empezó matando, y sigue en toda la mala ralea, manejadores de cuchillos y gente de falsa sonrisa.
 

PADRE.-¡Vamos a dejarlo!
 

CRIADA.- ¿Cómo lo va a dejar?
 

MADRE.-Me duele hasta la punta de las venas. En la frente de todos ellos yo no veo más que la mano con que mataron a lo que era mío. ¿Tú me ves a mí? ¿No to parezco loca? Pues es loca de no haber gritado todo lo que mi pecho necesita. Tengo en mi pecho un grito siempre puesto de pie a quien tengo que castigar y meter entre los mantos. Pero se llevan a los muertos y hay que callar. Luego la gente critica. (Se quita el manto.)
 

PADRE.-Hoy no es día de que to acuerdes de esas cosas.
 


MADRE.-Cuando sale la conversación, tengo que hablar. Y hoy más. Porque hoy me quedo sola en mi casa.
 

PADRE.-En espera de estar acompañada.
 

MADRE. - Ésa es mi iilusión: los nietos. (Se sientan.)
 

PADRE.-Yo quiero que tengan muchos. Esta tierra necesita brazos que no sean pagados. Hay que sostener una batalla con las malas hierbas, con los cardos, con los pedruscos que salen no se sabe dónde. Y estos brazos tienen que ser de los dueños, que castiguen y que dominen, que hagan brotar las simientes. Se necesitan muchos hijos.
 

MADRE.-¡Y alguna hija! ¡Los varones son del viento! Tienen por fuerza que manejar armas. Las niñas no salen jamás a la calle.
 

PADRE.-(Alegre.) Yo creo que tendrán de todo.
 

MADRE.-Mi hijo la cubrirá bien. Es de buena simiente. Su padre pudo haber tenido conmigo muchos hijos.
 

PADRE.-Lo que yo quisiera es que esto fuera cosa de un día. Que en seguida tuvieran dos o tres hombres.
 

MADRE.-Pero no es así. Se tarda mucho. Por eso es tan terrible ver la sangre de una derramada por el suelo. Una fuente que corre un minuto y a nosotros nos ha costado años. Cuando yo llegué a ver a mi hijo, estaba tumbado en mitad de la calle. Me mojé las manos de sangre y me las lamí con la lengua. Porque era mía. Tú no sabes lo que es eso. En una custodia de cristal y topacios pondría yo la tierra em-papada por ella.
 

PADRE.-Ahora tienes que esperar. Mi hija es ancha y tu hijo es fuerte.
 

MADRE.-Así espero. (Se levantan.)

[...]

                                                                                               Bodas de Sangre, Federico García Lorca


Hace tres años, yo tuve la suerte de ser la madre. No dejéis de leer la obra completa, pura poesía.

domingo, 5 de junio de 2011

un poquito más de aquella manera...

Que el tiempo pasa es algo que no se puede discutir, lo sentimos en nuestro cuerpo. 

En nuestro rostro, antes brillante de niñez.
En nuestras piernas, cada vez más perezosas de largos caminos.
En nuestra espalda, que ya no admite pesadas cargas...

Pero en el único sitio donde el corto paso del tiempo no hace mella,
sino que lo engorda y fortalece de forma espléndida,
es en nuestro recuerdo.

En los recuerdos que tenemos almacenados y los que las personas que queremos tienen de nosotros.
Nuestros recuerdos son nuestra sabiduría, nuestro conocimiento, nuestro amor. 

Que pasen cien más, y que seamos cada vez más sabios.


                                                                                             Ana García García